"Pero hay una violencia aún más grave y generalizada que la de los jóvenes en los estadios y en las plazas. No hablo aquí de la violencia sobre los niños, de la que se han manchado desgraciadamente también no pocos miembros del clero; de ella se habla ya bastante fuera de aquí. Hablo de la violencia sobre las mujeres. Esta es una ocasión para hacer comprender a las personas y a las instituciones que luchan contra ella que Cristo es su mejor aliado.
Se trata de una violencia mucho más grave porque se realiza al abrigo de las paredes del hogar, sin que nadie lo sepa, si es que no se justifica incluso con prejuicios pseudo-religiosos y culturales. Las víctimas se encuentran desesperadamente solas e indefensas. Sólo hoy, gracias al apoyo y al aliento de muchas asociaciones e instituciones, algunas encuentran la fuerza de salir al descubierto y denunciar a los culpables.
Gran parte de esta violencia tiene trasfondo sexual. Es el varón que cree demostrar su virilidad cebándose contra la mujer, sin darse cuenta de que sólo está demostrando su inseguridad y cobardía. También con respecto a la mujer que se ha equivocado, ¡qué contraste entre la actuación de Cristo y la que aún tiene lugar en ciertos ambientes! El fanatismo invoca la lapidación; Cristo, a los hombres que le presentaron a una adúltera, les responde: "Quien de vosotros esté sin pecado, que le lance la primera piedra" (Jn 8, 7). El adulterio es un pecado que se comete siempre entre dos, pero por el cual sólo uno ha sido castigado (y en algunas partes del mundo sigue sucediendo).
La violencia contra la mujer nunca es tan odiosa como cuando se produce allí donde debería reinar el respeto y el amor recíproco, en la relación entre marido y mujer. Es verdad que la violencia no siempre es sólo y toda de una parte; que podemos ser violentos también con la lengua y no sólo con las manos, pero nadie puede negar que en la gran mayoría de los casos la víctima es la mujer.
Hay familias donde todavía el hombre se considera autorizado a alzar la voz y las manos sobre las mujeres de la casa. Esposa e hijos viven a veces bajo la constante amenaza de la "ira de papá". A estos habría que decirles amablemente: "Queridos compañeros hombres, al crearnos varones, Dios no ha pretendido darnos el derecho de enfadarnos y dar puñetazos sobre la mesa por cualquier insignificancia. Las palabras dirigidas a Eva después de la culpa: "Él (el hombre) te dominará" (Gn 3, 16), era una amarga previsión, no una autorización.
Juan Pablo ii inauguró la práctica de las peticiones de perdón por los fallos colectivos. Una de las más justas y necesarias es el perdón que una mitad de la humanidad debe pedir a la otra, los hombres a las mujeres, y que no debe ser genérica y abstracta. "
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